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P. GUZMÁN
La adjudicación de Caja Mediterráneo al Sabadell pone fin a lo que se podría considerar un largo calvario de dos años que, marcado por la incertidumbre, arrancaba en 2009 en medio de un intenso debate en torno a la necesaria reestructuración del sistema financiero español que volvía a poner sobre la palestra la tan traída y llevada fusión CAM-Bancaja. Desde entonces hasta ahora, la caja alicantina se ha visto inmersa en una auténtica debacle que alcanzó su culmen el pasado mes de julio con su intervención por parte del Banco de España, un escenario en el que hace años hubiera sido impensable situar a la entidad financiera más representativa de la provincia, con más de tres millones de clientes.
El primer capítulo de lo que sería una larga y crítica andadura se situaría, sin embargo, a finales del año 2009 cuando, ya resucitado el debate sobre la fusión CAM-Bancaja, el Consell echaba el resto para impulsar el matrimonio de ambas entidades y evitar la pérdida de control que implicaría la alianza de cualquiera de las dos con cajas de otras regiones. El entonces conseller de Economía, Gerardo Camps, hablaba sin tapujos de la fusión en términos de prioridad, situando la operación como uno de los principales objetivos del Consell para la legislatura, mientras los dirigentes de ambas cajas se esforzaban en transmitir su capacidad para afrontar el nuevo escenario financiero en solitario. Un argumento que no tardaba en desinflarse, cuando lo que hasta entonces había sido un debate sobre la conveniencia de las fusiones se transformó, de la mano del nuevo escenario que planteó la crisis de Grecia, en un deber prácticamente irrenunciable, y todas las cajas se lanzaban a la obligada búsqueda de "compañeros" de viaje.
La CAM iniciaba entonces un serio coqueteo con Cajamurcia que, dada la situación, se presentaba como el contrapunto idóneo para la caja alicantina por su elevado nivel de solvencia. Pero la Generalitat ponía fin al flirteo entre las dos cajas vecinas negándose en el último momento a la operación. Una intentona frustrada con BBK daba paso en el mes de mayo de 2010 a la denominada "fusión fría" (SIP) con Cajastur, Caja Extremadura y Caja Cantabria. Una alianza planteada con el objetivo inicial de evitar la absorción por parte de la todopoderosa Caja Madrid, hoy Bankia, que sí engulló a Bancaja.

Divergencias con Cajastur
La luna de miel sería, sin embargo, muy corta. Y es que las pretensiones de CAM y Cajastur para liderar el Sistema Institucional de Protección (SIP) no tardaban en dejar patentes las primeras divergencias entre los nuevos socios, que en apenas dos meses ya habían abocado las negociaciones a un punto muerto, con el reparto de poderes como principal escollo. Mientras, ya por entonces (julio de 2010), el Sabadell hacía saber al Banco de España su interés por hacerse con la CAM en caso de fracasar el SIP, mientras Cajamurcia, descartada en su momento por el Consell, asistía con atención, desde la barrera, al desarrollo de los acontecimientos.
Las divergencias en el seno del SIP estallaban en marzo de este año cuando, al amparo del notable repunte de la tasa de morosidad de la caja alicantina -que se disparó hasta el 8,7%-, Asturias exigió reducir la participación alicantina. La negativa de la CAM terminó por forzar una solicitud de ayudas al fondo de rescate (FROB) por la que la mayoría en el accionariado de Banco Base quedaría en manos del Estado. Un escenario que llevó a los tres socios de la CAM -Cajastur, Caja Extremadura y Caja Cantabria- a echar marcha atrás en el acuerdo, dejando completamente sola a la caja alicantina y con la necesidad de conseguir 2.800 millones para poder cumplir con las exigencias de capital.
Nos situamos ya a finales del mes de marzo y la CAM comenzaba una agónica búsqueda de alianzas a contrarreloj al objeto de evitar por todos los medios su nacionalización, en medio de los reproches a la gestión de la cúpula directiva, que pese a todo lo acontecido continuaba defendiendo a capa y espada la capacidad de la CAM de cara a seguir siendo un "socio confiable" e insistía en la credibilidad y la ausencia de "sorpresas" en las cuentas de la entidad. La debacle siguió a partir de ese momento un ritmo trepidante bajo la sombra de una inminente intervención. Y, mientras redoblaba sus esfuerzos por conseguir un socio "salvador", la caja alicantina aprobaba, a finales de abril, un ambicioso plan de reestructuración que contemplaba un ahorro de hasta 120 millones de euros al año hasta 2015.

Los últimos cartuchos
En la carrera contrarreloj para evitar lo inevitable, la CAM quemaba su último cartucho, con la negociación in extremis para la venta del 20% de su accionariado al fondo americano JF Flowers, conocido en el sector financiero por sus agresivas inversiones en bancos en apuros. El acuerdo, negociado por el exdirector general de la caja alicantina Roberto López y la que sería su sucesora, María Dolores Amorós, preveía la inyección por parte del fondo americano de entre 600 y 800 millones de euros, requiriendo en cualquier caso el visto bueno del Banco de España.
Arrancaba ya el mes de julio, un mes intenso y especialmente negro para la CAM a lo largo del que se escenificaría la crónica de una "muerte" anunciada, a medida que la caja alicantina se iba quedando sin opciones. El FROB rechazaba definitivamente la solicitud de préstamo de la caja mientras que el fondo americano, en el que la CAM había depositado sus últimas esperanzas para evitar la nacionalización, daba por terminadas las negociaciones ante las turbulencias de los mercados en plena, y vigente, crisis del euro, y la falta de garantías públicas.
Previa recompra de sus cuotas participativas para evitar su drástica devaluación apenas tres años después de su debut en los mercados, el día 22 de julio se hacía oficial: el Banco de España tomaba el control de la CAM y nombraba a tres nuevos gestores tras el relevo del consejo de administración, con la misión de sanear la entidad e iniciar un proceso de subasta para su adjudicación al mejor postor. La destitución de María Dolores Amorós como directora genera escenificaba a principios de agosto la ruptura de los nuevos administradores con los anteriores gestores, dando paso al periodo de mayor incertidumbre para la plantilla de la caja alicantina en este agónico periplo.
Con las miras ya en la subasta, y en medio del goteo de informaciones sobre las elevadas pérdidas y la alarmante morosidad de la caja y la polémica abierta por las retribuciones vitalicias pactadas para la cúpula directiva, empezaban a surgir los primeros pretendientes: Santander, BBVA, La Caixa y Sabadell, formando una lista de posibles candidatos que se engrosaría con Barclays, Ibercaja, Banesto y JC Flowers. Una lista que se fue desinflando, a medida que afloraban las cifras de la CAM, mientras el Sabadell se mantenía firme. Adjudicada ya al banco catalán, de aquí en adelante ya es historia por escribir.

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